lunes, 25 de marzo de 2019

Ella, sin miedos

Ella no le temía a nada
ni a las calles, ni a los pobres
no le asustaba el derroche de los ricos
ni la impunidad de los culpables
no le asustaban los mítines de los mentirosos
ni las promesas de las revoluciones
no le tenía miedo a las traiciones
ni a los golpes imperdibles del destino
tampoco le asustaban las vanas y vacías sociedades
ni las tumbas olvidadas
no le tenía miedo a los despechos
sabiéndose algún día enamorada
Ella no le temía a nada
ni a los adioses
ni a los olvidos
no tenía miedo a los muertos
ni a los vivos
no le asustaban las ratas en los oscuros callejones
ni los gritos de los moribundos bajo las armas
Ella no tenía miedo a las advertencias del pasado
ni a los futuros amenazadores
No tenía temores de perder ni ganar
no le tenía miedo a la vida
sabiendo que algún día moriría
A ella nada le asustaba
ni las soledades
ni las multitudes aberrantes
no le temía a los aullidos
ni a los ojos brillantes en las oscuridades
no le temía a Dios
tampoco a Jesuscristo
ni a los santos piadosos
ni a demonios rebeldes
No le tenía miedo a lagrimas danzantes
ni a llantos compungidos
ni a risas extraviadas de las gentes
A ella
que nada le asustaba
Vivía aterrorizada
de no tener miedo

domingo, 24 de marzo de 2019

Demasiado tímida


Cada mañana al pasar por la esquina cerca de mi casa lo veía. Vestido para ir al trabajo y más tarde a la universidad, vestido de adulto con vestigios de adolescente renuente a dar el siguiente paso hacia la madurez.
Cada día lo veía detenerse en esa esquina, esperando el autobús a su destino. Yo pasaba y él miraba sin mirar realmente mi sombra, estirada e insípida, extraña y tímida, con miedos de meterme en la vida. Mi vestidura de mujer poca llamativa era la misma de siempre cada día, sin más variantes que la mueca de sonrisa escurridiza de mi cara tan ambigua.
Era otro día y mientras él se ahogaba en la belleza que traducían mis ojos, yo me sumergía en la fealdad de mi opinión de mi misma, más aterrorizada que nunca. Su cabello volaba con el viento, sus ojos miraban a muchas partes, pero siempre me excluía, para mi ni la sobra de un reojo. Y su boca, esa boca que gritaba ser besada por la mía. Pobrecita esta existencia mía.
Y sí, seguían pasando los días. Mañana tras mañana por allí yo pasaba y lo observaba tan silenciosa como la inexistencia más ausente y él, sin más nada para mí que su perfil ignorándome días tras días, mañanas una detrás de la otra.
Ese día llovía. Sí, llovía. Corrí refugiada en mi paraguas chapoteando en medio de charcos de aguas fría, fría como su mirada que nunca me miraba. El cielo se ocultaba en un enorme nubarrón gris que bañaba toda la ciudad.
Y él seguía de pie allá en la misma esquina de siempre, sin moverse, esperando el autobús, tranquilamente. Yo corría y con cada salto casi atlético de mis pies me sentía por primera vez en mi vida, bonita, segura, audaz y decidida.
Llegué hasta él, hasta el chico de la esquina y plantada frente a él, seguía sintiendo su indiferencia, separándonos en este momento de valentía y ligereza repentina. Él seguía sin ver y fue cuando pude darme cuenta. Se manifestaba por primera vez su ceguera, sus ojos tan bellos a la traducción de mi mirada seguían sin ver, miraban pero no observaban, sus retinas nubladas era como el mismo cielo vomitando agua.
Que injusticia de la vida, que justo ahora que me atrevía acercarme él, no podía mirarme. Me quedé plantada frente a él, ante la indiferencia de sus ojos ojos sin ver. La lluvia arreciaba y se confundía con mis lágrimas, la esquina estaba demasiada solitaria y el autobús no pasaba.
Las gotas de lluvia hacía un recorrido en cámara lenta desde el cielo hasta el pavimento y mi ropa mojada pesaba tanto como el incómodo momento. Comenzaba a temblar, el frío le ganaba al calor de mi cuerpo y mi valentía comenzaba a desaparecer porque en realidad, nada pasaba.
No sé si fue un gemido quebrado de mi llanto, no sé si fue mi respiración acelerada o mi mano autómata que por fin levantada y temblorosa le tocó el rostro. Dejó de llover y como en una película con imágenes aceleradas, salió el sol y él, el chico ciego de la esquina atrapó mi mano entre la suya y su rostro.
La gente comenzó a aparecer de todos lados tras el cese de la lluvia, el autobús llegó y el chico de la esquina se subió. Llevaba tomada de la mano a la chica que cada mañana sentía pasar, la chica con olor a primavera en el cabello y de caminar musical, la chica a quien hoy se disponía a llamar porque siempre pensó que era demasiado tímida.

Climax de media noche


Frente a frente otra vez
sorbiendo los deseos lentamente
las miradas abrazan
el roce es un preámbulo
de este juego perverso
Me buscas en mi boca
y te encuentro en la tuya
Nuestros cuerpos se hallan mutuamente
siento que ardemos juntos
en el ágil latir de un secreto deseo
Si hay amor no lo sé
solo tengo este fuego
Y así nos desnudamos
sin prisas y sin pausas
nos vamos descubriendo
en las intimidades de la carne
sorbiendo los placeres en nuestros sexos
Y así te vas creciendo
hasta que te sumerges en mi centro
sudores nos abrigan de la luna
el fuego se desborda en nuestros cuerpos
quemándonos las ganas de poseernos
me elevo en un momento
y tú me alcanzas lento
gemidos encrispados cruzan la oscuridad
es casi media noche
y yo me quedo
reposando el sosiego del deseo
sobre tu pecho tibio y al filo del silencio

Los locos

Y llegará ese día en que todos nos demos cuenta de que la única razón es entender que la vida es ese manicomio donde todos nos vinimos a enc...